Flores a tu puerta.

Dulcísimas fueron tus quejas que me llegaban, cuando me decías que la sombra de mi mirada a ti te asechaba, y te turbaba el pensamiento con caricias mías.

Fueron mías tus mañanas, salías descalza a la galería, vestida de seda y gotas de rocío, probando el dulce y amargo de tus ojos cafés ¡cuélate del lado de mi alma!

Y tú de aquel lado de la calle, me leías los labios, hurgabas en mi pecho esperando que me atreviera a hablarte, y yo unido al temor de no ser correspondido, me conformaba con soñarte.

No hace falta que te hable, ni que corra hacia tu casa, porque soy el que en silencio cada tarde deja flores en tu puerta, el que sólo con verte hacia ti vuelca toda su dicha, y tú lo sabes ¡porque sonríes ilusionada!

© De León Isamar.

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