La noche extranjera.

Aquella palabra cuya voz no oía; un rumor silbaba muy cerca de los rieles, y aprovechaba la agitada presencia de los pájaros errantes, para amenazar al cuerpo con humillar su puta prudencia.

Sus ojos mueren en los vagones que vuelven del silencio, acechando que estalle el rostro en un viaje sin retorno – ya no te buscaré en el exilio – sigue persiguiendo un poema que endureció un pezón que amaba, y cantaba sin voz a la noche extranjera.

Aquella palabra al mismo sitio le lleva, pasan a su lado con algarabía muchas soledades y alegrías, oculto detrás de un sombrero de guerra, lucha de pie, con los trenes y sus ventanas, sospecha de la traición de su cama y la mujer que la ocupa.

© De León Isamar.

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